Tomado de El Tiempo
Los ciudadanos no los vemos para formarnos una opinión sino para reforzar opiniones existentes.
En la recta final de las elecciones en Bogotá oí decir a uno de los candidatos a la Alcaldía que había asistido a más de 50 debates con los demás aspirantes.
Al comenzar las campañas, las universidades, las asociaciones y los grupos empresariales buscan espacios con los candidatos para que puedan exponer sus ideas en un ambiente amable y cordial.
Estos foros empiezan a mutar a medida que avanzan las campañas y que se empieza a conocer la intención de voto de los ciudadanos. El ambiente relajado y familiar de los primeros encuentros se tensiona. Los apartes más candentes de las respuestas empiezan a ser referenciados por los medios de comunicación y poco a poco lo que ocurría en recintos cerrados con moderadores expertos, se transforma en confrontaciones en vivo y en directo animadas por reconocidos periodistas.
¿Suena emocionante? Lo es... para las campañas. Para el ciudadano es aburrido. Un debate sobre asuntos técnicos entre políticos haciendo promesas no es un guión taquillero. El problema con los debates es el mismo que con los olmos. No dan peras.
Los debates no son un formato que permita a los ciudadanos enterarse de las propuestas de los candidatos y con esta información ayudarlos a definir el voto. No están hechos para eso.
Por un lado, son muy pocos los ciudadanos que sintonizan los debates. Confieso mi caso. Ningún miembro de mi familia (materna, paterna y política) reporta haber soportado un debate completo durante las últimas dos semanas de campaña.
Aun los ciudadanos más informados, es decir, aquellos que empezaron a sintonizar los foros y debates con algún interés durante los últimos 30 días de campaña, no recuerdan haber consumido más de dos o máximo tres debates incompletos para el caso de Bogotá.
Los argumentos para esquivar los debates son más o menos homogéneos: decimos que no vemos los debates porque el horario de programación, con frecuencia desconsiderado, se cruza con un evento familiar o con la hora de dormir. Abandonamos el debate después de la primera ronda de preguntas porque no había nada nuevo o simplemente porque nos indignó confirmar que todos los políticos son iguales.
Otras racionalizaciones incluyen: “ya hablaron del tema que me interesa”, “no hablaron del tema que me interesa” y hasta “no soporté la pésima moderación”.
Las últimas dos rondas de preguntas, a veces cercanas a la medianoche, eran vistas, con algo de suerte, por el equipo de las campañas de los candidatos invitados.
En fin. Estamos llenos de buenas excusas para apagar los televisores, si es que en algún momento llegamos a prenderlos, cuando se trata de debates entre políticos.
Adicionalmente, lo que buscamos cuando prendemos el televisor no son propuestas, es un 'show'. Cuando sintonizamos los debates recordamos con mayor facilidad los momentos de puyas y choques que las explicaciones ponderadas sobre cómo se puede transformar la ciudad o el país. La verdad, aquí entre nos, es que nos encantan esas puyas.
Los ciudadanos no vemos los debates para formarnos una opinión, lo normal es que los veamos para reforzar sus opiniones existentes y la actitud de los candidatos es, por lo general, un canal de conexión más poderoso que el contenido de sus propuestas.
Finalmente, si de oír propuestas se trata (que no se trata de eso) el formato resulta casi siempre inconveniente. Exponer el plan para corregir el rumbo de la educación de una ciudad capital o explicar la propuesta para acabar con una guerra de sesenta años en sesenta segundos, estableciendo un contraste que diferencie al candidato de sus contendores, es una invitación abierta a la demagogia.
¿Entonces, para qué sirven los debates?
Es claro que los debates no sirven para llegar a la mayor cantidad de ciudadanos posibles con las propuestas del candidato. Sin embargo, el hecho de que los debates no los vea casi nadie, que en ellos no se puedan explicar las propuestas, que el rating suba sólo cuando hay confrontaciones y que en todos los debates los candidatos repitan exactamente el mismo y ensayado libreto, no significa que los debates no sirvan. Lo que pasa es que no sirven para eso.
La clavada: tal vez el efecto más interesante que tienen los debates es que ponen a estudiar al candidato. Aunque la preparación de los debates no debe enfocarse únicamente en la revisión de las propuestas, las invitaciones que llegan a las campañas con preguntas difíciles o con temarios elementales ponen al candidato y a su equipo de asesores a hacerse preguntas que a veces no se habían planteado hasta ese momento. ¿De dónde va a salir la plata? ¿Qué hacer con un elefante blanco? ¿Y si se firma la paz? son algunas de las preguntas que pueden salir en un debate y obligan al candidato a estudiar. Sin los debates, muchos candidatos llegarían al día de las elecciones sin leerse sus programas o sin hacerle a sus equipos preguntas difíciles de resolver.
Los gritos de guerra: el debate no es solo un 'show' para el ciudadano indeciso. También es una puesta en escena que puede alterar los frágiles ánimos de una campaña y de sus seguidores. En la etapa final de unas elecciones, los equipos de los candidatos empiezan a desgastarse y las campañas que tienen menos opciones tienen más dificultades administrando el ánimo. Un buen 'show' puede revitalizar el ánimo de una campaña, devolver la esperanza e inyectar la adrenalina que le puede estar haciendo falta a un equipo para marchar la última milla.
El protagonismo: un debate es una excelente oportunidad para mostrar las fortalezas propias e insinuar las debilidades de los contrincantes. O si se prefiere sin eufemismos, para atacar y ser atacado. Los debates no los gana el más articulado, el más sobrado en las respuestas, el que más conoce la ciudad o el país y sus cifras. Los debates los ganan los protagonistas. Y los protagonistas son, con frecuencia, los que ofrecen el mejor 'show' a la ciudadanía. Los protagonistas son los que dominan los titulares y la energía de los opinadores después del debate.
Los ciudadanos siempre diremos que no nos gustan las peleas, menos si nos han invitado a ver las ideas y las propuestas en un debate civilizado. Sin embargo, ante una buena pelea, siempre tomaremos un bando. Y al final de eso es de lo que se tratan las elecciones, de que los ciudadanos elijan un bando.
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