miércoles, 28 de octubre de 2015

¿Para qué sirven los debates?

Tomado de El Tiempo

Los ciudadanos no los vemos para formarnos una opinión sino para reforzar opiniones existentes.

En la recta final de las elecciones en Bogotá oí decir a uno de los candidatos a la Alcaldía que había asistido a más de 50 debates con los demás aspirantes.

Al comenzar las campañas, las universidades, las asociaciones y los grupos empresariales buscan espacios con los candidatos para que puedan exponer sus ideas en un ambiente amable y cordial.

Estos foros empiezan a mutar a medida que avanzan las campañas y que se empieza a conocer la intención de voto de los ciudadanos. El ambiente relajado y familiar de los primeros encuentros se tensiona. Los apartes más candentes de las respuestas empiezan a ser referenciados por los medios de comunicación y poco a poco lo que ocurría en recintos cerrados con moderadores expertos, se transforma en confrontaciones en vivo y en directo animadas por reconocidos periodistas.

¿Suena emocionante? Lo es... para las campañas. Para el ciudadano es aburrido. Un debate sobre asuntos técnicos entre políticos haciendo promesas no es un guión taquillero. El problema con los debates es el mismo que con los olmos. No dan peras.

Los debates no son un formato que permita a los ciudadanos enterarse de las propuestas de los candidatos y con esta información ayudarlos a definir el voto. No están hechos para eso.

Por un lado, son muy pocos los ciudadanos que sintonizan los debates. Confieso mi caso. Ningún miembro de mi familia (materna, paterna y política) reporta haber soportado un debate completo durante las últimas dos semanas de campaña.

Aun los ciudadanos más informados, es decir, aquellos que empezaron a sintonizar los foros y debates con algún interés durante los últimos 30 días de campaña, no recuerdan haber consumido más de dos o máximo tres debates incompletos para el caso de Bogotá.

Los argumentos para esquivar los debates son más o menos homogéneos: decimos que no vemos los debates porque el horario de programación, con frecuencia desconsiderado, se cruza con un evento familiar o con la hora de dormir. Abandonamos el debate después de la primera ronda de preguntas porque no había nada nuevo o simplemente porque nos indignó confirmar que todos los políticos son iguales.

Otras racionalizaciones incluyen: “ya hablaron del tema que me interesa”, “no hablaron del tema que me interesa” y hasta “no soporté la pésima moderación”.

Las últimas dos rondas de preguntas, a veces cercanas a la medianoche, eran vistas, con algo de suerte, por el equipo de las campañas de los candidatos invitados.

En fin. Estamos llenos de buenas excusas para apagar los televisores, si es que en algún momento llegamos a prenderlos, cuando se trata de debates entre políticos.

Adicionalmente, lo que buscamos cuando prendemos el televisor no son propuestas, es un 'show'. Cuando sintonizamos los debates recordamos con mayor facilidad los momentos de puyas y choques que las explicaciones ponderadas sobre cómo se puede transformar la ciudad o el país. La verdad, aquí entre nos, es que nos encantan esas puyas.

Los ciudadanos no vemos los debates para formarnos una opinión, lo normal es que los veamos para reforzar sus opiniones existentes y la actitud de los candidatos es, por lo general, un canal de conexión más poderoso que el contenido de sus propuestas.

Finalmente, si de oír propuestas se trata (que no se trata de eso) el formato resulta casi siempre inconveniente. Exponer el plan para corregir el rumbo de la educación de una ciudad capital o explicar la propuesta para acabar con una guerra de sesenta años en sesenta segundos, estableciendo un contraste que diferencie al candidato de sus contendores, es una invitación abierta a la demagogia.

¿Entonces, para qué sirven los debates?

Es claro que los debates no sirven para llegar a la mayor cantidad de ciudadanos posibles con las propuestas del candidato. Sin embargo, el hecho de que los debates no los vea casi nadie, que en ellos no se puedan explicar las propuestas, que el rating suba sólo cuando hay confrontaciones y que en todos los debates los candidatos repitan exactamente el mismo y ensayado libreto, no significa que los debates no sirvan. Lo que pasa es que no sirven para eso.

La clavada: tal vez el efecto más interesante que tienen los debates es que ponen a estudiar al candidato. Aunque la preparación de los debates no debe enfocarse únicamente en la revisión de las propuestas, las invitaciones que llegan a las campañas con preguntas difíciles o con temarios elementales ponen al candidato y a su equipo de asesores a hacerse preguntas que a veces no se habían planteado hasta ese momento. ¿De dónde va a salir la plata? ¿Qué hacer con un elefante blanco? ¿Y si se firma la paz? son algunas de las preguntas que pueden salir en un debate y obligan al candidato a estudiar. Sin los debates, muchos candidatos llegarían al día de las elecciones sin leerse sus programas o sin hacerle a sus equipos preguntas difíciles de resolver.

Los gritos de guerra: el debate no es solo un 'show' para el ciudadano indeciso. También es una puesta en escena que puede alterar los frágiles ánimos de una campaña y de sus seguidores. En la etapa final de unas elecciones, los equipos de los candidatos empiezan a desgastarse y las campañas que tienen menos opciones tienen más dificultades administrando el ánimo. Un buen 'show' puede revitalizar el ánimo de una campaña, devolver la esperanza e inyectar la adrenalina que le puede estar haciendo falta a un equipo para marchar la última milla.

El protagonismo: un debate es una excelente oportunidad para mostrar las fortalezas propias e insinuar las debilidades de los contrincantes. O si se prefiere sin eufemismos, para atacar y ser atacado. Los debates no los gana el más articulado, el más sobrado en las respuestas, el que más conoce la ciudad o el país y sus cifras. Los debates los ganan los protagonistas. Y los protagonistas son, con frecuencia, los que ofrecen el mejor 'show' a la ciudadanía. Los protagonistas son los que dominan los titulares y la energía de los opinadores después del debate.

Los ciudadanos siempre diremos que no nos gustan las peleas, menos si nos han invitado a ver las ideas y las propuestas en un debate civilizado. Sin embargo, ante una buena pelea, siempre tomaremos un bando. Y al final de eso es de lo que se tratan las elecciones, de que los ciudadanos elijan un bando.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

La política de la pirotecnia verbal y el debate hostil

El tono disonante y las palabrotas facilitan la activación de la ciudadanía alrededor de un líder.

Tomado de El Tiempo

Pendejo. Eso le dijo el reconocido ‘opinador’ a un desconocido que comparaba la expropiación de la cancha de Polo del Country Club con la expropiación de la Clínica Barraquer en su cuenta de Twitter.

Pendejo. Así contestó el alcalde en defensa del desconocido o dándose por aludido, acusando al ‘opinador’ de problemas de vista y extremismo ideológico.

La mala noticia es que el lenguaje hostil, disonante e incivil funciona. Los trinos del ‘opinador’, Hassan Nassar, y del alcalde, Gustavo Petro, fueron retransmitidos en Twitter 3,7 y 4,2 veces más que su promedio habitual.

No en vano Donald Trump, celebridad, maestro del entretenimiento y precandidato presidencial por el Partido Republicano en Estados Unidos, parece subir en las encuestas después de cada explosiva declaración.

Más que pan o circo en las promesas, los políticos y comentaristas adornan el debate público con pirotecnia verbal para poder sobresalir en un mundo en el que los ciudadanos evitamos con éxito la información sombría y aburrida de los asuntos públicos.

Los oídos sensibles, sobreinformados y propensos a la indignación rechazan la incivilidad del debate. Lo detestan y lo castigan.

Unos argumentan la importancia de conservar la dignidad del cargo cuando oyen a un senador o a una alcaldesa lanzando arengas disonantes, como si se tratara de un uniforme que debe ser portado con altura y respeto. El argumento evoca a los prefectos de disciplina de los colegios, vigilantes de la conducta, atentos a castigar cualquier comportamiento desviado del deber ser.

A otros les preocupa el mal ejemplo. La metáfora de la familia llevada al debate público. Si los ciudadanos (hijos) oyen a sus líderes (padres) tratándose mal y usando palabras fuertes, los hijos de manera irreflexiva y automática imitarán el comportamiento incivil de sus padres.

Yo mismo he defendido la importancia de cambiar el color de nuestra deliberación. Hace algunos años, con datos sobre el comportamiento de los líderes de opinión y una dosis de mockusianismo, invitaba a los columnistas a complementar sus posiciones, llenas de críticas y desprecio, con admiración y reconocimiento.

La investigadora norteamericana Diana Mutz publicó este año un estudio llamado “Política en-tu-cara: las consecuencias de medios inciviles”. El libro hace una exploración formal y completa sobre cómo el debate político incivil en Estados Unidos tiene unos efectos positivos e inesperados sobre el debate público, como la recordación, la atención y la replicación. El estudio también arroja conclusiones sobre el efecto negativo de la incivilidad como la pérdida de legitimidad de los interlocutores con posiciones diferentes a la propia y la pérdida de confianza en el sistema político y las instituciones.

El estudio continuo de más de 10.000 columnas de opinión y 70.000 juicios de valor al que me refiero sugería que, en promedio, los columnistas lanzan muchas más críticas que respaldos a los sujetos de sus análisis. Por cada 10 opiniones, siete eran ataques; dos, respaldos, y una, descripción imparcial. Adicionalmente, el estudio encontró que los columnistas más leídos, según encuestas públicas del 2014, eran también los columnistas con una mayor hostilidad frente al promedio nacional. En resumen, la hostilidad también paga.

El tono disonante e incivil funciona porque recibe más atención. Los ciudadanos normalmente no estamos buscando contenido político. Los ciudadanos estamos buscando entretenimiento. Si usted está leyendo esta columna, por ejemplo, es un bicho raro que busca información óptima para formarse una opinión.

La hostilidad funciona porque es más fácil de recordar. El análisis complejo y sofisticado de un analista compite en condiciones de desventaja con los argumentos sobresimplificados y polarizados del político de turno. No porque el ciudadano no sea inteligente, sino porque no tiene los elementos de juicio suficientes para apropiarse del argumento elaborado y racional del ‘opinador’ al compararlo con el argumento emocional y adornado con metáforas que ofrece el político hábil.

El debate incivil y lleno de metáforas e imágenes facilita la activación de la ciudadanía alrededor de un líder o una causa. El lenguaje de buenos o malos y ganadores o perdedores es incómodo para los más puristas. Es un debate simplista y no recoge los matices y complejidades de la realidad política. De acuerdo, pero funciona.

Cuando los políticos y ‘opinadores’ simplifican los debates en términos de ganadores y perdedores, y de paso lo cargan de adjetivos, nos hacen más fácil la tarea de entender qué está en juego, qué es importante y por qué o por quién debo tomar partido.

Por eso, la estrategia del presidente Maduro de lanzar arengas caricaturescas e imprecisas nos indigna. Porque funciona. Es un cuento fácil de vender, fácil de repetir, con buenos y malos, con verdugos y víctimas. Es un buen cuento. Odioso, pero bueno.

En estudios de mercado y análisis de audiencia encuentro con frecuencia la misma reacción: los colombianos siempre decimos que no nos gustan las peleas. Fruncimos el ceño ante dos políticos y ‘opinadores’ que se atacan uno al otro o se pisan sus intervenciones. Pero al final, siempre elegimos un bando.

Tal vez por eso Rafael Pardo, candidato a la alcaldía de Bogotá, no parece crecer al ritmo esperado en las encuestas de opinión. El candidato revela en su columna de opinión ‘El anti-Petro’ una estrategia admirable, pero con pocas probabilidades de éxito. Pardo rechaza el estilo confrontacional, el lenguaje de división, la ideologización y la polarización de los demás candidatos y propone un debate centrado en las propuestas.

Yo comparto la visión de Pardo en materia de deliberación política. Al igual que los ciudadanos en los grupos focales, sostengo que no me gustan las peleas y que prefiero las propuestas, pero estoy seguro de que, al final, serán los candidatos altisonantes y una campaña polarizada la que nos llevará a decidir.

Pendejos. Así se llaman entre ellos. Y se dicen cosas peores con la excusa de lanzar detrás sus argumentos, en ocasiones igual de cargados de subjetividad e ideología. Pura pirotecnia verbal. Los ciudadanos seguiremos llevando nuestra atención hacia las palabrotas. La incivilidad es atractiva y funciona. Los incentivos para los políticos y ‘opinadores’ no son el enriquecimiento del debate público, sino su dramatización. Como están las cosas, lo más probable es que sigamos eligiendo y sintonizando a los pendejos.

viernes, 5 de junio de 2015

¿Los medios para qué?


ISBN: 9789587723489

¿Los medios para qué?

Todos los candidatos intuyen que lo que dicen los periodistas en sus contenidos tiene un efecto directo sobre la percepción de la ciudadanía y, por lo tanto, sobre el resultado electoral. Sin lugar a dudas, los medios de comunicación cumplen un rol central en el proceso de formación de opiniones de los ciudadanos sobre la contienda electoral, sobre el candidato y sobre los puntos en la agenda.   

Sin embargo, el impacto del cubrimiento de los medios sobre el resultado electoral y sobre la percepción ciudadana puede variar mucho dependiendo la respuesta a tres preguntas clave:

¿Qué tanto consumen mis electores medios masivos de comunicación?
¿Estamos compitiendo muchos por varias posiciones o pocos por una posición?
¿Qué tanto saben mis electores sobre el candidato?

Para diseñar una estrategia de medios, es crucial que la campaña determine el riesgo o la oportunidad real que pueden significar los medios de comunicación para la percepción que tiene un ciudadano sobre el candidato, respondiendo, sin apasionamiento, estas tres preguntas.

A ¿Qué tanto consumen mis electores medios masivos de comunicación?

Cada candidato ha establecido una estrategia de campaña que debe incluir un número crucial: ¿cuántos votos necesito para ganar? Con este número en mano, el candidato debe priorizar los grupos de ciudadanos que tienen una mayor probabilidad de votar por él o ella. Esto será determinante para estimar el grado de importancia que tienen los medios de comunicación en el proceso, el tipo de medio en el que quiere priorizar su exposición y el tipo de historias que le convienen más.

Por ejemplo, si los electores están en una localidad a las afueras de la ciudad capital de un departamento del caribe colombiano, poco debería importarle el cubrimiento que recibe en una emisora de élite del interior. No significa que no deba importar el riesgo de reputación que implica la exposición desfavorable, pero si estamos en campaña, deberíamos concentrar nuestra energía y nuestros recursos hacia donde está viendo nuestro electorado, no allí en donde se encuentra nuestro ego.

Si los medios no cubren los temas que consideramos relevantes como actores políticos, tendremos una mayor dificultad posicionando nuestra agenda y, por lo tanto, será más difícil compartir con nuestro electorado potencial una visión de sociedad y una propuesta para llegar a ella. 

A muchos candidatos les gustaría que el debate que plantean los medios de comunicación se concentrara en la agenda y en las propuestas. La realidad de los medios de comunicación es muy diferente, por lo menos en el caso colombiano. Durante la campaña presidencial del 2014, buho™ realizó un estudio sobre los temas de los que hablaban los medios de comunicación colombianos al cubrir la contienda electoral. El estudio analizó 26,500 artículos y notas en más de 150 medios de comunicación incluyendo radio, prensa, televisión y portales de internet entre el primero de febrero y el día de las elecciones. El análisis encontró que sólo el 26% del contenido se refería a las agendas temáticas de los candidatos, mientras que el 74% restante se concentraba en el “drama”. Es decir en los choques entre los candidatos, el suspenso y reacciones a sus enfrentamientos, el carácter y su competencia para ejercer el cargo. 


¿Estamos compitiendo muchos por varias posiciones o pocos por una posición?

No todas las campañas necesitan lo mismo. Las campañas a cargos plurinominales, como las juntas de acción local, las asambleas municipales y departamentales, la Cámara de Representantes y el Senado consisten en competencias en las que participan muchos jugadores por varias posiciones, pero en las que los medios de comunicación dedican menos espacio a la contienda y los ciudadanos demuestran una menor deliberación informal y una menor participación electoral.

La experiencia y la evidencia empírica recogida por buho™ indica que los únicos candidatos a cuerpos colegiados que necesitan de los medios de comunicación son aquellos que dependen total o parcialmente del voto de opinión para alcanzar su objetivo. Sin ambigüedad, esto significa que es posible ganar unas elecciones a cargos de cuerpos colegiados sin recibir atención de los medios de comunicación e incluso siendo objeto de hostilidad abierta. 

Durante las campañas legislativas del 2014 encontramos que de los 100 candidatos inscritos al Senado por el  Partido Social de la Unidad Nacional, solo 7 recibían atención frecuente por parte de medios masivos de comunicación a nivel nacional y de esos 7 candidatos (¡de cien!) solo 4 lograron una curul al Senado, los 17 restantes tuvieron una presencia baja o nula en los medios de comunicación. 

Por otro lado, las campañas a cargos uninominales, en las que un puñado de candidatos compiten por un solo cargo, como las alcaldías, las gobernaciones o la Presidencia de la República, son campañas en las que márgenes muy pequeños de votos pueden hacer la diferencia entre ganar o perder y son competencias en las que no hay segundos lugares. Estas son campañas que tienden a recibir mayor atención de los medios masivos de comunicación que, a su vez, permean más claramente la conversación ciudadana, resultando en una mayor participación electoral.   

A diferencia de las campañas a cargos plurinominales, existe evidencia que sugiere una relación directa entre exposición en medios de comunicación e intención de voto a cargos uninominales, por lo menos para cargos que requieren un alto flujo de votantes presentándose en las urnas como es el caso de la Alcaldía de Bogotá y la Presidencia de la República.

¿Qué tanto saben los electores de nosotros?

No es lo mismo hacer campaña cuando tenemos un alto nivel de reconocimiento por parte de nuestro electorado potencial que cuando no lo tenemos. A medida que avanzan las carreras políticas y el ámbito de influencia de un político o candidato, necesita más votos y por lo tanto un mayor reconocimiento.

A diferencia de los colchones y los bombones, el político no puede garantizar exposición permanente en sus audiencias mediante publicidad por fuera del período electoral. El candidato debe buscar estrategias para estar presente en la mente de los ciudadano y ser reconocido y recordado. Este reconocimiento lo da la exposición permanente, buena y mala, en medios masivos de comunicación. La vigencia en las historias que construyen los periodistas sobre la vida pública que reclaman como relevante.

En diciembre del 2014, la firma Gallup publicó una encuesta que demuestra cómo los ciudadanos se olvidan rápidamente de los políticos que salen de la agenda pública y pierden protagonismo en las historias relevantes. La encuesta, que mide cada dos meses la favorabilidad de los personajes de la vida pública, pregunta desde el 2002 por la ex-ministra y ex-candidata presidencial Martha Lucía Ramírez. La imagen negativa de esta activa mujer es baja; oscila siempre entre el 17 y 20%. Sin embargo, su favorabilidad dio un salto de 25 puntos durante la campaña electoral pasando de 32% a 57%. Después de las elecciones, su favorabilidad cayó de nuevo a 45%. Esto significa que las personas que no saben quién es Martha Lucía Ramírez o que no tienen una opinión sobre ella (que en política es la misma cosa) subió de 23% de la población a 37%. En sólo 5 meses 14% de los colombianos se olvidaron de ella. 

En materia de reconocimiento, hay que tener siempre muy prendidas las alarmas frente al auto-engaño. Nuestros candidatos y equipos con frecuencia se rodean de personas que conocen o han oído hablar de la inmaculada gestión de ese héroe de la vida pública que admiramos y respetamos. Muchas veces ese conocimiento es producto de nuestra relación monotemática con nuestro entorno. Es importante tener indicadores objetivos que nos permitan establecer con claridad qué tan reconocido es nuestro candidato y qué tanto dependemos de la exposición en medios para incrementar ese reconocimiento. La opinión del candidato, la de su familia y la de su equipo debe ser sometida siempre a un juicio de objetividad.

sábado, 7 de marzo de 2015

Planear una campaña ganadora “a pesar de” y “gracias a” los medios masivos de comunicación.


ISBN: 9789587723489

Introducción:

Los medios masivos de comunicación juegan un rol determinante en el proceso electoral. Durante los periodos electorales, los medios incrementan el cubrimiento sobre los asuntos políticos. Esto tiene un efecto directo sobre la atención que ponen los ciudadanos a las alternativas que ofrece la contienda y afecta directamente el contenido de la conversación informal de los ciudadanos sobre lo que se encuentra en juego, el carácter de los candidatos y, en menor medida, sobre sus propuestas.

El efecto de los medios de comunicación sobre la contienda electoral ha sido objeto de amplias investigaciones (Ver por ejemplo Bartlets, 1993; Kaid, 2004; Mutz & Soss, 1997). Sin embargo, para efectos de la preparación de un plan de campaña, se podrían resumir en tres consecuencias determinantes: forman la opinión de los ciudadanos, simplifican y encuadran el debate público y popularizan ciertos asuntos al priorizarlos sobre otros. 

Formación de Opinión
Los ciudadanos nos formamos nuestras opiniones sobre los asuntos públicos y políticos principalmente a partir de tres fuentes: la conversación con otros ciudadanos, la experiencia personal y la comunicación impersonal (Converse, 1964; Lippman, 1922, Mutz, 1998; Zaller, 1992). La comunicación impersonal hace referencia a los mensajes que no recibimos directamente de otros ciudadanos producto de la interacción directa, sino aquella que proviene de medios de comunicación y las fuentes que participan en estos medios (Mutz, 1998).

Los medios masivos de comunicación crean, refuerzan o cambian nuestras percepciones sobre los asuntos políticos. En general, aunque los ciudadanos no buscamos información que contradiga nuestras creencias, el contenido que nos ofrecen puede afectar nuestras opiniones, especialmente sobre los temas a los que prestamos menos atención;  como la política.

Simplificación y encuadramiento del debate público
Con frecuencia, quienes están involucrados en asuntos públicos, de manera formal o informal, olvidan que los ciudadanos no estamos poniendo atención al debate público ni siguiendo de cerca el día a día de los acontecimientos políticos. Los ciudadanos nos enteramos de lo que ocurre apoyados en las simplificaciones que nos ofrecen los medios y en las interpretaciones que hacen los líderes de opinión y élites políticas (Giraldo & Montealegre, 2013). 

Por ejemplo, los hechos pueden demostrar que el gobierno ha incurrido gastos altos en la celebración de una cumbre internacional, pero es la oposición la que lanza la afirmación de que se trata de un “gobierno derrochón”. La oposición, por su parte, puede hacer una gestión intensa para cuestionar un proceso de paz cuyos detalles no hacen parte de la agenda pública, pero es el gobierno quien los marca como “enemigos de la paz”. Ambas estrategias son legítimas, simplifican el debate público y dan significado a eventos políticos que los ciudadanos con frecuencia no hacemos de manera automática. 

Como los ciudadanos no tenemos una relación cotidiana, estratégica o coherente con el mundo de la política, cuando somos expuestos a contenido sobre asuntos políticos en los medios de comunicación, lo que hacemos es recurrir a fragmentos de información relacionada que se encuentra en nuestra mente y a creencias previas sobre los asuntos en cuestión para emitir un juicio. Estas últimas se conocen formalmente como predisposiciones ideológicas (Kuklinski & Peyton, 2007).

Esto significa que, si bien la información de los medios de comunicación tiene un poder enorme sobre las percepciones que tenemos los ciudadanos sobre asuntos políticos, influencia que crece en la medida que los ciudadanos conocemos menos sobre el tema; también existe un filtro que modera el potencial que tiene esa información y es nuestro conocimiento previo sobre estos asuntos y la confianza establecida con quienes nos dan nueva información, ya sean estos medios de comunicación o líderes políticos.

La realidad de las democracias modernas sugiere que los ciudadanos vamos a usar la información que nos ofrecen los medios de comunicación y sus fuentes para emitir nuestros juicios sobre asuntos políticos. Sin embargo, premiamos la información sencilla y contada con ángulos o enfoques que faciliten la comprensión de un número alto de ciudadanos como “gobierno derrochón” o “enemigos de la paz”. En este proceso, tanto las élites políticas, como los medios de comunicación, sacrifican la precisión por la sencillez y con frecuencia la claridad se vuelve subjetiva.

Popularización
Los medios de comunicación inciden en buena medida en la popularización de contenidos simplificados (con frecuencia sobre-simplificados) de lo que ocurre en nuestras ciudades, nuestras regiones, sobre lo que hacen los gobernantes y los candidatos y de sus propuestas.

La información contenida en los medios de comunicación sobre asuntos políticos y públicos tiene una enorme ventaja sobre la información que no lo está: la segunda tiene una probabilidad muy baja de volverse parte de nuestra cotidianidad. Cuando los medios eligen tratar un tema sobre otro, o priorizan un asunto sobre otro, los ciudadanos socializamos alrededor de estos temas y establecemos conversaciones informales que moldean nuestras opiniones (Chong 1996; Druckman, 2003; Kaid 2004; Hartman, 2009; McCombs 1972; Mutz 1998; Mutz & Soss 1997). 

Con frecuencia, candidatos y funcionarios gubernamentales expresan su descontento por la forma en la que los medios de comunicación desarrollan su trabajo. Algunos sienten que son tratados de manera desigual, injusta y en algunos casos son acusados directamente de apoyar a un contrincante o agendas contrarias.

En este espacio no se discutirá la legitimidad de estas quejas ni el deber ser de los medios de comunicación. El objetivo es ofrecer una guía general que permita a los candidatos planear con sentido estratégico sus campañas sin caer en las trampas que supone la competencia por un electorado a través de los medios de comunicación y aprovechar al máximo el espacio que ofrecen estos medios para llegar a la mayor cantidad posible de ciudadanos con un mensaje coherente.

En las próximas entradas desarrollaremos los objetivos centrales de la discusión del artículo:

1. ¿Los medios para qué?:  establecer qué tan determinante pueden ser los medios de comunicación sobre el resultado de la contienda electoral y, en particular, para su campaña.

2. La campaña “a pesar” de los medios: ofrecer unas guías generales que le permitan sacar adelante su campaña en ambientes hostiles y a pesar de las dificultades que plantea comunicar a pesar de el sistema de medios. 

3. La campaña “gracias a” los medios: ofrecer unas recomendaciones para sacar adelante su campaña gracias a que los medios de comunicación le permiten establecer una relación con su electorado que en otras condiciones no sería posible.

____________________________________________
Bibliografía Complementaria

Bartlets, Larry M (1993). Messages Received: The Political Impact of Media Exposure.The American Political Science Review, Vol. 87, No. 2, (Jun., 1993), pp. 267-285
Bennett, W. Lance y Entman, Robert M. (eds)(2005). Mediated Politics: Communication in the Future of Democracy. Cambridge University Press, New York. 
Brader, Ted (2006). Campaigning for Hearts and Minds: How Emotional Appeals in Political Ads Work. The University of Chicago Press. 
Chong, D. (1996). Creating Common Frames of Reference on Political Issues. En Mutz, D. (Ed.). Political Persuasion and Attitude Change (195-225). Michigan: University of Michigan.
Converse, P. (1964). The Nature of Belief Systems in Mass Publics. En David, A. (Ed.). Ideology and Discontent (206-61). New York: Free Press.
Druckman, J., & Nelson, K. (2003). Framing and Deliberation: How Citizens' Conversations Limit Elite Influence. American Journal of Political Science, Vol. 47, No. 4 (Oct., 2003), pp. 729-745
Gastil, John (2008). Political Communication and Deliberation. Sage Publications. University of Washington.
Giraldo, Juan Fernando., & Montealegre, Carolina. (2013). Líderes de opinión en la prensa colombiana: una metodología para el análisis sistemático de encuadramientos. In Papel Político Vol. 18, No. 1. (January – June 2013), pp. 114-144 Bogotá: Pontificia Universidad.
Hallin, Daniel & Mancini, Paolo (2004) Comparing Media Systems: Three Models of Media and Politics. Cambridge University Press. Pp. 46-86
Hartman, T., & Weber, C. (2009). Who Said What? The Effects of Sources in Issues Frames. Political Behavior, Vol. 31, No. 4 (December 2009), pp. 537-558.
Heath, Chip & Heath, Dan (2007). Made to Stick. Random House, New York.
press: A cooled down friendship between two fraternal lands. Communications 30, pp. 359372.
Jowett, Garth & O’Donnell (2006) Victoria. Propaganda and Persuasion, 4ª Edición. London: Sage Publications.
Kriesi, H. (2004). Strategic Political Communication: Mobilizing Public Opinion in “Audiences Democracies”. En Esser, F. & Pfetsch, B. Comparing Political Communication: 
Theories, Cases and Challenges. New York: Cambridge University Press. Versión Kindle. Pos: 2283.
Kuklinski, James H. & Peyton, Buddy. (2007) “Belief Systems and Political Decision Making”. En Dalton, Russell J. y Klingemann Hans-Dieter (eds). The Oxford Handbook of Political Behavior. pp. 45-64
Lee Kaid, L. (Ed.). (2004). Political Communication Research. New York: Lawrence Erlbaum Associates.
Lippman, Walter (1922). (Audiobook Ed). Public Opinion. LibriVox.org. Disponible en https://archive.org/details/public_opinion_1312_librivox  
Luntz, Frank (2007). Words that Work: it's not what you say, it's what people hear. Hyperion Books, New York.
McCombs, M. E. y Shaw, D. L. (1972). The Agenda Setting Function of Mass Media. Public Opinion Quarterly, 36, 176-187
Mutz, D. y Sinderman, P. (1996). Political Persuasion and Attitude Change. Ann Arbor, MI: University of Michigan Press. 
Mutz, D. y Soss, J. (1997). Reading Public Opinion: The Influence of News Coverage on Perceptions of Public Sentiment.The Public Opinion Quarterly, 61(3), 431-451.
Mutz, D. (1998). Impersonal Influence: how Perceptions of Mass Collectives Affect Political Attitudes. Cambridge: University Press.
Mutz, D. (2006). Hearing the Other Side: Deliberative versus participatory Democracy. New York: Cambridge University Press.
Mutz, D., Silver, L., (2014) Normative implications of the Spiral of Silence: Hearing the Other Side in the 21st century. En. Wolfgang Donsbach, W., Salmon, C., Tsfati, Y. The Spiral of Silence: New Perspectives on Communication and Public Opinion. Routledge. New York.
Price, Vincent (2001) Motivations, Goals, Information Search, and Memory about Political Candidates. Political Psychology, Vol. 22, No. 4. pp. 665-692
Prior, Markus (2005). “News vs. Entertainment: How Increasing Media Choice Widens Gaps in Political Knowledge and Turnout”. American Journal of Political Science, Vol. 49, No. 3, (Jul., 2005), pp. 577-592
Scheufele, D. A. (2000). Agenda-setting, Priming, and Framing Revisited: Another Look at Cognitive Effects Of Political Communication. Mass Communication & Society, 3, 297–316.
Simon, A. & Xenos, M. (2000). Media Framing and Effective Public Deliberation. Political Communication, 17, 363–376.
Zaller, John (1992). The Nature and Origins of Mass Opinion. Cambridge University Press.