El tono disonante y las palabrotas facilitan la activación de la ciudadanía alrededor de un líder.
Tomado de El Tiempo
Pendejo. Eso le dijo el reconocido ‘opinador’ a un desconocido que comparaba la expropiación de la cancha de Polo del Country Club con la expropiación de la Clínica Barraquer en su cuenta de Twitter.
Pendejo. Así contestó el alcalde en defensa del desconocido o dándose por aludido, acusando al ‘opinador’ de problemas de vista y extremismo ideológico.
La mala noticia es que el lenguaje hostil, disonante e incivil funciona. Los trinos del ‘opinador’, Hassan Nassar, y del alcalde, Gustavo Petro, fueron retransmitidos en Twitter 3,7 y 4,2 veces más que su promedio habitual.
No en vano Donald Trump, celebridad, maestro del entretenimiento y precandidato presidencial por el Partido Republicano en Estados Unidos, parece subir en las encuestas después de cada explosiva declaración.
Más que pan o circo en las promesas, los políticos y comentaristas adornan el debate público con pirotecnia verbal para poder sobresalir en un mundo en el que los ciudadanos evitamos con éxito la información sombría y aburrida de los asuntos públicos.
Los oídos sensibles, sobreinformados y propensos a la indignación rechazan la incivilidad del debate. Lo detestan y lo castigan.
Unos argumentan la importancia de conservar la dignidad del cargo cuando oyen a un senador o a una alcaldesa lanzando arengas disonantes, como si se tratara de un uniforme que debe ser portado con altura y respeto. El argumento evoca a los prefectos de disciplina de los colegios, vigilantes de la conducta, atentos a castigar cualquier comportamiento desviado del deber ser.
A otros les preocupa el mal ejemplo. La metáfora de la familia llevada al debate público. Si los ciudadanos (hijos) oyen a sus líderes (padres) tratándose mal y usando palabras fuertes, los hijos de manera irreflexiva y automática imitarán el comportamiento incivil de sus padres.
Yo mismo he defendido la importancia de cambiar el color de nuestra deliberación. Hace algunos años, con datos sobre el comportamiento de los líderes de opinión y una dosis de mockusianismo, invitaba a los columnistas a complementar sus posiciones, llenas de críticas y desprecio, con admiración y reconocimiento.
La investigadora norteamericana Diana Mutz publicó este año un estudio llamado “Política en-tu-cara: las consecuencias de medios inciviles”. El libro hace una exploración formal y completa sobre cómo el debate político incivil en Estados Unidos tiene unos efectos positivos e inesperados sobre el debate público, como la recordación, la atención y la replicación. El estudio también arroja conclusiones sobre el efecto negativo de la incivilidad como la pérdida de legitimidad de los interlocutores con posiciones diferentes a la propia y la pérdida de confianza en el sistema político y las instituciones.
El estudio continuo de más de 10.000 columnas de opinión y 70.000 juicios de valor al que me refiero sugería que, en promedio, los columnistas lanzan muchas más críticas que respaldos a los sujetos de sus análisis. Por cada 10 opiniones, siete eran ataques; dos, respaldos, y una, descripción imparcial. Adicionalmente, el estudio encontró que los columnistas más leídos, según encuestas públicas del 2014, eran también los columnistas con una mayor hostilidad frente al promedio nacional. En resumen, la hostilidad también paga.
El tono disonante e incivil funciona porque recibe más atención. Los ciudadanos normalmente no estamos buscando contenido político. Los ciudadanos estamos buscando entretenimiento. Si usted está leyendo esta columna, por ejemplo, es un bicho raro que busca información óptima para formarse una opinión.
La hostilidad funciona porque es más fácil de recordar. El análisis complejo y sofisticado de un analista compite en condiciones de desventaja con los argumentos sobresimplificados y polarizados del político de turno. No porque el ciudadano no sea inteligente, sino porque no tiene los elementos de juicio suficientes para apropiarse del argumento elaborado y racional del ‘opinador’ al compararlo con el argumento emocional y adornado con metáforas que ofrece el político hábil.
El debate incivil y lleno de metáforas e imágenes facilita la activación de la ciudadanía alrededor de un líder o una causa. El lenguaje de buenos o malos y ganadores o perdedores es incómodo para los más puristas. Es un debate simplista y no recoge los matices y complejidades de la realidad política. De acuerdo, pero funciona.
Cuando los políticos y ‘opinadores’ simplifican los debates en términos de ganadores y perdedores, y de paso lo cargan de adjetivos, nos hacen más fácil la tarea de entender qué está en juego, qué es importante y por qué o por quién debo tomar partido.
Por eso, la estrategia del presidente Maduro de lanzar arengas caricaturescas e imprecisas nos indigna. Porque funciona. Es un cuento fácil de vender, fácil de repetir, con buenos y malos, con verdugos y víctimas. Es un buen cuento. Odioso, pero bueno.
En estudios de mercado y análisis de audiencia encuentro con frecuencia la misma reacción: los colombianos siempre decimos que no nos gustan las peleas. Fruncimos el ceño ante dos políticos y ‘opinadores’ que se atacan uno al otro o se pisan sus intervenciones. Pero al final, siempre elegimos un bando.
Tal vez por eso Rafael Pardo, candidato a la alcaldía de Bogotá, no parece crecer al ritmo esperado en las encuestas de opinión. El candidato revela en su columna de opinión ‘El anti-Petro’ una estrategia admirable, pero con pocas probabilidades de éxito. Pardo rechaza el estilo confrontacional, el lenguaje de división, la ideologización y la polarización de los demás candidatos y propone un debate centrado en las propuestas.
Yo comparto la visión de Pardo en materia de deliberación política. Al igual que los ciudadanos en los grupos focales, sostengo que no me gustan las peleas y que prefiero las propuestas, pero estoy seguro de que, al final, serán los candidatos altisonantes y una campaña polarizada la que nos llevará a decidir.
Pendejos. Así se llaman entre ellos. Y se dicen cosas peores con la excusa de lanzar detrás sus argumentos, en ocasiones igual de cargados de subjetividad e ideología. Pura pirotecnia verbal. Los ciudadanos seguiremos llevando nuestra atención hacia las palabrotas. La incivilidad es atractiva y funciona. Los incentivos para los políticos y ‘opinadores’ no son el enriquecimiento del debate público, sino su dramatización. Como están las cosas, lo más probable es que sigamos eligiendo y sintonizando a los pendejos.